"Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro" -- Emily Dickinson
martes, 30 de noviembre de 2010
martes, 23 de noviembre de 2010
miércoles, 17 de noviembre de 2010
M100guel carteles
"El silbo del dale"
Nueve veces dale, hasta llenar el cartel.
Nueve veces, pero una vez en rojo y en el centro. Será sufieciente, tal vez, para que este poema de repetición alcance la cadencia perfecta de una secuencia matemática.
"Umbrío por la pena"
La fotografía de una pared escrita con un poema sobre la pena. Un poema sombrío. Arañado sobre la pared gris. Escrito con la punta de una navaja que arranca la pintura y deja ver el yeso blanco del alma. De la pena que no calla, como el perro fiel e inoportuno.
"Elegía a Ramón Sijé"
Una mancha roja, letras que se agolpan en el ojo como las palabras en la garganta. Sin poder leerse, sin poder pronunciarse. Una mancha formada por las tres palabras más emocionantes de esta elegía por el amigo muerto "Compañero del alma". Apenas la tilde de compañero flota sobre el nudo rojo, como rastro legible de ese dolor tipográfico, de toda esta tinta agolpada en el centro del cartel.
"Las desiertas abarcas"
Este cartel es un cinco incompleto. El poema trata inútilmente de completarlo, de escribir, con sus propios versos, lo que le falta al cinco. Pero es inútil porque de nada le sirve al cinco ser un número de la buena suerte, remitir a la víspera del día de Reyes o tener un brazalete dorado con la onomástica del poeta si está vacío como las abarcas.
"Tristes guerras"
Dos ojos tristes y una triste boca.
Como las lágrimas de este poema escrito, casi, con una sola palabra. Repetida en todas sus estrofas y que sirve para dibujar los rasgos de un rostro cualquiera. Porque la tristeza es común a todos los hombres, a todas las guerras y a todas las armas.
"Menos tu vientre todo es confuso"
Este vientre no es confuso ni fugaz. Es triangular y concreto. Habita en el centro de la superficie verjurada del papel sobre el que la vieja máquina de escribir facturas ha dibujado el triángulo central de este poema de amor.
"Nanas de la cebolla"
Las cebollas hacen llorar. Como hace llorar este poema a quien lo lee y este cartel a quien, mirándolo, recuerda al padre escribiendo al hijo desde la cárcel. Como llora la tinta sobre el papel al expandirse, mezclada con las lágrimas. Tratando de salir de esta estrecha cárcel de apenas cincuenta por setenta centímetros. De apenas cuarenta años.
"El pez viejo del río"
El pez más grande del río no necesita sacar la cabeza fuera del agua para respirar. El pez del cartel respira por la Zeta y necesita ponerse de pie para llenar el espacio y compensar la cola vacía con su cabeza llena de sabiduría tipográfica.
"Canción última"
Nueve veces dale, hasta llenar el cartel.
Nueve veces, pero una vez en rojo y en el centro. Será sufieciente, tal vez, para que este poema de repetición alcance la cadencia perfecta de una secuencia matemática.
"Umbrío por la pena"
La fotografía de una pared escrita con un poema sobre la pena. Un poema sombrío. Arañado sobre la pared gris. Escrito con la punta de una navaja que arranca la pintura y deja ver el yeso blanco del alma. De la pena que no calla, como el perro fiel e inoportuno.
"Elegía a Ramón Sijé"
Una mancha roja, letras que se agolpan en el ojo como las palabras en la garganta. Sin poder leerse, sin poder pronunciarse. Una mancha formada por las tres palabras más emocionantes de esta elegía por el amigo muerto "Compañero del alma". Apenas la tilde de compañero flota sobre el nudo rojo, como rastro legible de ese dolor tipográfico, de toda esta tinta agolpada en el centro del cartel.
"Las desiertas abarcas"
Este cartel es un cinco incompleto. El poema trata inútilmente de completarlo, de escribir, con sus propios versos, lo que le falta al cinco. Pero es inútil porque de nada le sirve al cinco ser un número de la buena suerte, remitir a la víspera del día de Reyes o tener un brazalete dorado con la onomástica del poeta si está vacío como las abarcas.
"Tristes guerras"
Dos ojos tristes y una triste boca.
Como las lágrimas de este poema escrito, casi, con una sola palabra. Repetida en todas sus estrofas y que sirve para dibujar los rasgos de un rostro cualquiera. Porque la tristeza es común a todos los hombres, a todas las guerras y a todas las armas.
"Menos tu vientre todo es confuso"
Este vientre no es confuso ni fugaz. Es triangular y concreto. Habita en el centro de la superficie verjurada del papel sobre el que la vieja máquina de escribir facturas ha dibujado el triángulo central de este poema de amor.
"Nanas de la cebolla"
Las cebollas hacen llorar. Como hace llorar este poema a quien lo lee y este cartel a quien, mirándolo, recuerda al padre escribiendo al hijo desde la cárcel. Como llora la tinta sobre el papel al expandirse, mezclada con las lágrimas. Tratando de salir de esta estrecha cárcel de apenas cincuenta por setenta centímetros. De apenas cuarenta años.
"El pez viejo del río"
El pez más grande del río no necesita sacar la cabeza fuera del agua para respirar. El pez del cartel respira por la Zeta y necesita ponerse de pie para llenar el espacio y compensar la cola vacía con su cabeza llena de sabiduría tipográfica.
"Canción última"
Um poema es un cartel
Convertir un poema en un cartel es un desafío para un diseñador gráfico. Y es, además, un interesante ejercicio de lectura.
No se trata de de ponerle imágenes a un texto, sino de hacer que el texto se lea como una imagen. Potenciar su parte icónica sin renunciar a su contenido textual.
La literatura está llena de imágenes. Ilustrarlas, supone, en parte, recortar las posibilidades de la imaginación de cada lector. Porque no todos leemos igual y no todos imaginamos igual. La relación entre imaginación y lectura, o si prefieren, entre lectura e imágenes, es un cruce clave en la cultura actual. La cultura de una generación que ha nacido después de la gran alfabetización de la imagen y que se ha criado leyendo imágenes en el cine, la publicidad y otros medios.
Hoy el peligro ya no está en el desconocimiento de la letra impresa, sino en la atrofia de su uso, si, como parece, millones de personas empiezan a leer únicamente los menús de navegación de los websites, las instrucciones de los aparatos electrónicos y breves pies de foto.
Las respuestas a una gran parte de las preguntas deben ser leídas porque antes han sido escritas. Y una gran parte de las emociones estéticas, nuestro cerebro las obtiene de la lectura. La lectura de los textos y la lectura de las imágenes entran en nuestro cerebro por los ojos pero recorren caminos diferentes para ser decodificadas. Cuando existen las dos lecturas se produce un fenómeno algebraico. Ambas deben sumarse, pero no siempre se consigue.
Estos doce carteles son doce lecturas gráficas de otros tantos poemas de Miguel Hernández. Son, como no puede ser de otra forma, lecturas subjetivas. Cuando la Fundación Germán Sánchez Ruipérez y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales me encargaron realizarlos, en el marco del Centenario del poeta, junto con la gráfica y la caja que los contiene, hice muchos bocetos para evitar las lecturas más manidas, porque algunos poemas de Miguel Hernández están instalados en nuestra cultura literaria y resulta difícil evitar lecturas ya hechas.
Estamos acostumbrados a ponerle música y voz a la poesía. Sabemos que un poema puede ser cantado con la intimidad de una guitarra o con el fondo de una orquesta sinfónica. Pero la poesía puede ser también dibujada y dibujada con letras como gritos o letras como susurros.
En esta página resumen con los doce carteles he escrito unas líneas para unir cada lectura gráfica con cada poema.
En algunos casos la relación es más evidente, en otros la gráfica es más subjetiva. Pero si te gusta una poesía, como es el caso, ésta cala tan hondo que desprenderse de la subjetividad es tarea imposible. Espero que sepan disculparlo.
Manuel Estrada
No se trata de de ponerle imágenes a un texto, sino de hacer que el texto se lea como una imagen. Potenciar su parte icónica sin renunciar a su contenido textual.
La literatura está llena de imágenes. Ilustrarlas, supone, en parte, recortar las posibilidades de la imaginación de cada lector. Porque no todos leemos igual y no todos imaginamos igual. La relación entre imaginación y lectura, o si prefieren, entre lectura e imágenes, es un cruce clave en la cultura actual. La cultura de una generación que ha nacido después de la gran alfabetización de la imagen y que se ha criado leyendo imágenes en el cine, la publicidad y otros medios.
Hoy el peligro ya no está en el desconocimiento de la letra impresa, sino en la atrofia de su uso, si, como parece, millones de personas empiezan a leer únicamente los menús de navegación de los websites, las instrucciones de los aparatos electrónicos y breves pies de foto.
Las respuestas a una gran parte de las preguntas deben ser leídas porque antes han sido escritas. Y una gran parte de las emociones estéticas, nuestro cerebro las obtiene de la lectura. La lectura de los textos y la lectura de las imágenes entran en nuestro cerebro por los ojos pero recorren caminos diferentes para ser decodificadas. Cuando existen las dos lecturas se produce un fenómeno algebraico. Ambas deben sumarse, pero no siempre se consigue.
Estos doce carteles son doce lecturas gráficas de otros tantos poemas de Miguel Hernández. Son, como no puede ser de otra forma, lecturas subjetivas. Cuando la Fundación Germán Sánchez Ruipérez y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales me encargaron realizarlos, en el marco del Centenario del poeta, junto con la gráfica y la caja que los contiene, hice muchos bocetos para evitar las lecturas más manidas, porque algunos poemas de Miguel Hernández están instalados en nuestra cultura literaria y resulta difícil evitar lecturas ya hechas.
Estamos acostumbrados a ponerle música y voz a la poesía. Sabemos que un poema puede ser cantado con la intimidad de una guitarra o con el fondo de una orquesta sinfónica. Pero la poesía puede ser también dibujada y dibujada con letras como gritos o letras como susurros.
En esta página resumen con los doce carteles he escrito unas líneas para unir cada lectura gráfica con cada poema.
En algunos casos la relación es más evidente, en otros la gráfica es más subjetiva. Pero si te gusta una poesía, como es el caso, ésta cala tan hondo que desprenderse de la subjetividad es tarea imposible. Espero que sepan disculparlo.
Manuel Estrada
Etiquetas:
Miguel Hernández
martes, 16 de noviembre de 2010
Miguel Hernández
El día 30 de octubre del presente año se cumplió el Centenario del nacimiento de Miguel Hernández, uno de los poetas más importantes en la literatura española del siglo XX.
BIOGRAFÍA
1910.- Orihuela
Nace Miguel Hernández en Orihuela, el día 30 de octubre, en el seno de una modesta familia de cabreros.
1918.- Inicia sus estudios primarios en la Escuela del Ave María
1920.- Estudios en el colegio Santo Domingo, regido por los jesuitas
1925.- Abandona el colegio para ayudar a su padre en el cuidado del ganado.
1929.- Escribe su primer poema “Pastoril”
1930.- Aparece publicado su poema “Pastoril” en el periódico local El Pueblo de Orihuela.
1931.- El 30 de noviembre realiza su primer viaje a Madrid
1932.- En las revistas madrileñas La Gaceta Literaria y Estampa aparecen reportajes sobre M.Hernández.
1933.- Perito en lunas
Publica su primer libro de poemas “Perito en lunas” (Sudeste, Murcia, 1933)
1934.- Realiza su segundo viaje a Madrid. Publica su auto sacramental “Quien te ha visto y quien te ve”.
1935.- “Elegía” a Ramón Sijé
Se instala en Madrid y entabla amistad con Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. A finales de diciembre muere su amigo Ramón Sijé y la Revista de Occidente publica su “Elegía”.
1936.- Guerra
Publica “El rayo que no cesa” (Héroe, Madrid, 1936). Tras el estallido de la Guerra Civil se incorpora como voluntario al Quinto Regimiento del Ejército Popular de la República.
1937.- Se casa con Josefina Manresa en Orihuela. Hace un viaje a la URSS para asistir al V Festival de Teatro Soviético. Nace su primer hijo Manuel Ramón el 19 de diciembre.
1938.- Escribe el drama “Pastor de la muerte” y el libro de poemas “El hombre acecha”. Muere su hijo el 19 de octubre. Inicia la redacción del poemario “Cancionero y romancero de ausencias”.
1939.- Nanas de la cebolla
Nace su segundo hijo, Manuel Miguel. Al finalizar la guerra es detenido en Rosal de la Frontera (Huelva) y pasa por las prisiones de Huelva, Sevilla y, finalmente, por la de Torrijos, en Madrid, donde escribe las “Nanas de la cebolla”.
1940.- Condenado a muerte
Es condenado a muerte, pena que más tarde le es conmutada por treinta años de reclusión.
1942.- Muerte en Alicante
Tras pasar por más de una decena de cárceles llega, enfermo, al reformatorio de adultos de Alicante, donde muere el 28 de marzo de 1942.
1952.- Editorial Aguilar intenta publicarlo
Primer intento de publicación de la obra poética de Miguel Hernández, en la Editorial Aguilar, a cargo de Arturo del Hoyo.
1960.- Primeras “Obras completas”
Edición de las primeras “Obras completas”, en Buenos Aires, en la editorial Losada.
1972.- Serrat canta a Miguel Hernández
Se edita el disco “Miguel Hernández”, de Joan Manuel Serrat, que sirvió para que muchos jóvenes se acercaran por primera vez a sus versos.
1976.- Homenaje en Orihuela
Homenaje de los Pueblos de España a Miguel Hernández, en el barrio de San Isidro, en Orihuela.
1992.- I Congreso Internacional sobre Miguel Hernández
I Congreso Internacional sobre Miguel Hernández, en Alicante, Elche y Orihuela con motivo del cincuentenario de su muerte.
1994.- Fundación Miguel Hernández
Constitución de la Fundación Cultural Miguel Hernández, en Orihuela.
2003.- II Congreso
II Congreso Internacional sobre Miguel Hernández, celebrado en Orihuela y Madrid.
2010.- Centenario
Celebración, con numerosos actos -conferencias, actividades, exposiciones- del centenario de su nacimiento.
"El día que cruzamos Abbey Road (balada de perdedores)" de Antonio Rodríguez Alarcón
Pero lejos están los remotos días...
VICENTE ALEIXANDRE
Pero lejos están los remotos días
en que cruzamos Abbey Road con Jack Kerouac al frente
y flores marchitas en la solapa.
Lejos el día, amor, que decidimos ajustar cuentas con la historia,
el cabello al viento erizado de crisantemos
y el paso decidido, -desafiante incluso- , cual peatones airados.
I
Casi me alegra
saber que ningún camino
pudo escaparse nunca
JAIME GIL DE VIEDMA
Hace ya tanto tiempo
que ni siquiera lo recuerdas: era septiembre y el asfalto
retumbaba bajo nuestros pies descalzos como redoble de tambor.
Septiembre y sin mirar atrás, como en tropel de elefantes anunciando
tormenta en la sabana, como en peregrinación iniciática por la Ruta 66,
la mítica cicatriz jalonada de desérticos almacenes y cantinas,
de surtidores de gasolina abandonados.
De la mano de Richard Ávedon entre mineros sin rostro
y niños desolladores de serpientes al borde de la carretera.
Desde ambas aceras nos miraban con indolencia señalando aquel paso de cebra.
¿No crees que la vida es tan efímera como un soplo,
como un silbido entre la multitud de la Séptima Avenida
en días de estreno o el Paseo de la Castellana en estruendosas
mañanas de desfile? O quizá me contradigo.
Ahora tú conjuras el paso del tiempo, cruel acompañante,
rectificando ante el espejo el perfil desvaído de tus labios
o apuras conmigo este Jack Daniel ́s congelado entre las manos.
II
Cómo no advertí que levantaban esos muros
KONSTANTINO KAVAFIS
Así hemos atravesado este desfiladero en sombra.
Cuarenta años después, y prisioneros de nosotros mismos,
pilotamos un vuelo sin motor, a merced del azar, empujados a un abismo
de incierto futuro. En vuelo libre, vulnerable y frágil como hoja seca,
zarandeados por un siglo descarnado y triste.
Moviéndonos en un círculo inacabable marchamos contra la guerra de Vietnam
enarbolando un bosque de palomas de papel o fornicamos en Woodstock
sobre el lodo y bajo la lluvia en un vendaval de miles de vatios.
Ya me conoces, aunque a menudo me ignores o mires de soslayo,
como inquiriendo a quién corresponde esa pesadilla que te sigue
con docilidad canina: tú perseguías con Marlon Brando
un tranvía llamado deseo por las empinadas calles de Lisboa
hacia el Mirador de Santa Lucía, frente al Tajo, para repostar tus ojos
de azules. Yo, por ir a la contra, ya sabes, un deseo llamado tranvía
varado en una adolescencia también lejana
de cineclub universitario y libros bajo el brazo.
Habrás de convenir conmigo que el nuestro ha sido un sueño
tempranamente fracasado. Un espejismo en tiempo de rebajas.
III
Sobre un río de olvido
va la canción antigua
LUIS CERNUDA
El tedio y la decepción toman café en el Flore, quizá en el Deux Magots.
Desde el escaparate, algunos parece que esperaran nostálgicos
el paso de la División Leclerc con parada en Saint Germain.
El Pernod de mediodía despide una mañana huérfana de noticias.
La Rive Gauche, inmortal, perfectamente maquillada para la ocasión,
reposa en el Pere Lachaise: allí los suicidas toman el sol sobre la hierba,
antes que el Sena se reinventara convertido en playa fluvial,
y arrojan tierra sobre los turistas que pretenden inmortalizar la piedra
que sella tanto despojo ilustre.
¿Oyes? ¿Es la arenga de Joan Báez desde los altavoces
que incendian las barricadas o ese joven pelirrojo alzado sobre sus zapatos
y nuestras cabezas? No nos moverán. Hermanaremos la multitud que clama
desde la Sorbona a la Renault ahogada en un mar de propósitos y banderas.
Desde el funicular que sube a Montmartre
los niños arrojan besos a las palomas en envoltorios de chocolate.
IV
(García Lorca foi fuzilado)
Deixa-o apodrecer no chão
como bandeira de carne de remorsos.
JOSE GOMES FERREIRA
Porque te quiero, te quiero, amor mío...
FEDERICO GARCIA LORCA
Y qué canción tan triste, qué vals tan desgarrado susurra Leonard Cohen,
siempre impecable, embutido en su traje de broker recién planchado.
Take this waltz, canta a Lorca como nana bajo tierra,
como el vaivén que meciera un siglo feroz y amortajado
entre el polvo de las hemerotecas. Lorca ha muerto, vals vaivén vienés.
Y también murió Machado, tan solo y triste.
Y Cernuda, tan despechado y triste.
Y Gil de Biedma, tan partidario de la felicidad, tan artista enfermo y triste.
Y tantos otros... !Oh qué muerte la nuestra tan desafecta y triste!
Muerto también de hastío, Césare Pavese dice adiós desde la ventana
de un hotel cualquiera en una ciudad cualquiera.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, escribió a modo de epitafio o testamento.
Vendrá y tendrá los ojos de ángel insobornablemente humano de Pasolini,
-mirada pícara, sonrisa canalla- que se desangra a las afueras
de cualquier playa ciega o sin luna. Ciao, amore, ciao,
Se han ido, se fueron todos dejando una estela inabarcable de decepción.
V
Ahora seremos felices
cuando nada hay que esperar
JOSE HIERRO
Mas no desesperes: en cada esquina espera un beso, un aniversario.
En las alcobas consagradas a la decencia y la compostura,
en los prostíbulos más discretos, en los casinos de Las Vegas,
en los urinarios del Ritz cubiertos de mármol cual cámaras funerarias,
en los balnearios de Baden-Baden o Budapest,
en las oscuras salas de cine, debajo de nuestra cama...
millares de fotógrafos compitan al acecho. Retratan besos y aniversarios.
Detrás de cada beso hay un fotógrafo escondido que espía,
ladrón que espera el momento exacto: en el París de la liberación,
en cada rincón de Alexanderplatz,
en La Baixa de Lisboa un 25 de Abril,
ante, bajo, junto, sobre el Muro de Berlin,
en el aeropuerto de Moscú, en la portada de Vanity Fair...
jóvenes y soldados, astronautas y militares de uniforme,
azafatas y gánsteres se abrazan y besan
con gesto desenfadado de eterna celebración.
El mundo es eso, un brindis multitudinario con fuegos de artificio
y canapés, un fin de fiesta permanente entre muro y muro,
bajo máscaras de lodo y hambre, de plomo y sangre.
VI
Hoy es siempre todavía
ANTONIO MACHADO
La libertad, dicen, viaja en una Harley tronando por el puente de Brooklin.
La libertad, dicen, se desplaza en patines por las aguas heladas del Hudson.
La libertad, dicen, nunca lo he visto, se desplaza en los trenes multicolores del Bronx.
Pero ya no me excita la velocidad y me he vuelto drecreído y escéptico.
Sólo sé que hemos sobrevivido a todo
y a todo hemos renunciado a nuestro pesar.
Por eso ya no me pone el sitar soporífero de Ravi Shankar
recostado entre almohadones
ni los sesudos artículos de Truffaut en Cahiers du Cinema
ni los libros prohibidos que llegaban de Francia
ni las proclamas de Sartre impresas en ciclostil
ni la atormentada desesperación de Janis Joplin
ni la leyenda del Che para el culto al merchandising
ni el sopor de naftalina del Waldorf Astoria
ni el impostado jadeo de Jane Birkin
ni los laberintos añiles de Chaouen
ni el pálpito electrizante de Jhon Coltrane
ni las piernas eléctricas de Josephine Baker
ni los ensayos a puerta cerrada del Actor ́s Studio
ni el infierno de Malcolm Lowry ebrio sobre el volcán
ni las famélicas, anoréxicas criaturas de Giacometti
ni las tertulias inocuas del Gijón
ni el surrealismo ortopédico de Frida Khalo
ni la playa de la Mareta en noches sin luna
ni el Dry Martini en Chicote después de la corrida
ni la plaza de Jemma el Fna incendiada al atardecer
ni los baños de Marilyn en nembutal
ni el aullido patético de Allen Ginsberg
ni la revolución en vena como narcótico sublime
ni la fiesta a sangre fría de Truman Capote en el Plaza
ni la guitarra de seda de Chet Beker
ni la pasión española de Hemingway
ni la crucifixión de Francis Bacon por los bares de Madrid
ni las amistades peligrosas en el Tánger internacional
ni Louis Anstrong desfilando un Mardi Gras por Nueva Orleans
ni la rebeldía iconoclasta de Jackson Pollock
ni le bateau ivre naufragando en un mar de absenta
ni el soul comprometido de Nina Simone
ni los sórdidos garitos de Quentin Tarantino...
ni siquiera las tediosas baladas de algún poeta.
Porque sólo me pone el azul de tus ojos en los que ahora me sumerjo
y ese paso de cebra sin señalizar que es la vida.
Primer Premio, en la modalidad Nacional, del XIV Certamen de poesía "Pepa Cantarero"
Etiquetas:
Certamen literario,
Certamen Pepa Cantarero,
Poesia
lunes, 15 de noviembre de 2010
"Inviernos de adolescencia" de Jesús Moracho Sánchez
Adolescencia ingenua
Adolescencia osada
Justo a los calzos de la cuesta
empedrada en los recelos amargos,
los cruces embargados en puerta cerrada,
el viaducto y los ruinosos despachos
donde se rubricaba la historia antaño,
acristalados como boda de realeza.
Ninguno de los relojes estuvo intacto,
ni los más puntuales que se vendan
por el cambio de siglo.
De oro solamente los futuros en la noche,
como cazos longevos del cariño
que a tientas existe ingenuo
aunque naufrague el mundo;
aún marchen descuidados, ufanos, valientes,
aquellos capitanes de ala triste
que buscan el jubón amarillo y conceden
enormes las gracias al azar y al juego.
Por entonces el brillo de tus ojos era mirarte,
ceñir tu reloj en retaguardia,
hacer de mechones de espalda mis bolsillos,
cubierta con la capa del desorden
la espada de tu olvido mustio.
Al menos el susurro en callejuelas
oye el eco de tus pasos, que te han visto
cruzar apresurada de otro siglo
el patio al mentidero de la iglesia.
Preguntar por el bautizo de un futuro
y ver el mismo palpitar que se asemeja
a los clérigos contrarios a la orden
de vetar los besos sin nombre y tan callados,
aquellos de invierno, borrachos, caducos,
que se sirven en cazos de cariño.
Adolescencia adulta
Hoy puedo ver a tus ojos cansancio,
escenas de libélulas del flexo
que germinan en papel sucio.
A las lomas del atril convexo de las calles
escribirían los poetas urbanos
ese raro estudio de farolas que alumbran
tu obsceno besar de reciclaje,
la huída de los grupos de charla
a cada noche de alumnas
hablando acerca de antiguos institutos,
sobre sexo borroso y chicos a altas horas,
con tu colegio en libertad bajo fianza
y tu sonrisa pícara y adulta
mayor de dieciocho.
Esos ojos furtivos de tus alas,
ahí empieza la huída desolados
de labio a labio en la penumbra
y rastro devoto de instintos.
De estar segura en mis brazos,
los bancos de jardines esconden
la plenitud de los árboles y sus cortezas,
nuevas siluetas de corazón en los andamios
férreos de las cuentas primitivas.
Se enturbia en tu cabeza frágil
mientras se desmaya la arritmia,
la falda que impregna los vaqueros,
tu flor del orgasmo en pétalos
de respiración entrecortada.
De la alquimia de farolas que delatan,
luce el cielo anaranjado y tenso
descansando en una atmósfera de olor
selecto a tu pulcro idioma,
las termas del invierno dulce al aire,
tus manos furtivas en la sabia
y nuestro corazón apuntalado
como andamio férreo
o enredo de las ramas de los árboles.
Puedo ver tus ojos relajados,
más allá de extraños complacidos
que germinan en el banco sucio del parque.
Ya te hablé de ese raro estudio
en tus labios de universitaria
en los tiempos de entonces,
antes del segundo piso compartido,
en las noches de escapada en tu colegio.
Accésit, en la modalidad Nacional, del XIV Certamen de poesía "Pepa Cantarero"
El glamour de los coches deportivos
transitando lo antiguo de Orleans,
los nuevos centros comerciales,
la apertura al turismo de Mercado,
el Tratado de Maastricht, Edimburgo.
Estamos en marzo del 93, aún invierno,
nuestro viaje de fin de curso celebrando
aquellas escaramuzas dentro del hotel,
vestidos de pijama y deseo a rostro oculto,
ceñido a los paisajes más íntimos.
En esta foto salen tus ojos,
el gusto en tus labios sin maquillaje;
-¡ríete boba, cuanto te plazca!-
no me fijé en las cabezas cortadas,
ni en el cielo que adorna Notre Dame;
parecía diferente el entorno y te expresaste
con tu dulce naturalidad mágica.
Esa noche desaparecí sin contarte un secreto,
volví al hotel horas más tarde, ¿lo sabías?
Desfloré el sabor de ese salón vietnamita
en las afueras de París, con algunos políticos,
en el argot de la cosmética contable
y el Mercado Único.
Yo militaba como espía sin cargos
por ser menor, la inocencia de un niño
arropado en el pórtico de adulto
de un muro de carga y letanía.
La recesión entonces marcaba el rumbo
de la Europa, de esa vieja Europa,
siempre distanciada en el Atlántico,
nostálgica en los parterres de Luxemburgo,
en la Sorbona y sus patios.
Mi color político era el del agua,
y mi bandera las estrías de la corriente
intelectual de aquellos días ajenos a los rusos
-no acababa nunca la guerra fría-.
Muchos algoritmos de paz y portada
en la gaceta, artículos de historia,
eran tan sólo apariencia del desnudo.
Tú estabas dormida en el hotel,
tras de aquella fiesta de invitados inoportunos,
sin soñarme despierta.
No había descansos en las calles,
las luces agotadas de la ciudad en ristre
anudaban al Sena sus últimos destellos,
sus gotas de luna, sus antros subterráneos
donde hacía frío de delincuencia,
los parques drogadictos, todo era extraño.
Acabado el invierno volvía a respirar.
Recuerdo aquellos pases de cine
en La Vaguada,
los ratos libres que nos dimos al mirarnos,
tus dudas al besarme –quizás las mías-
la llegada del otoño y el cambio de instituto.
Yo conté en el calendario de mi edad
que el refugio del Château quedaba lejos,
trozos de nostalgia trastocados después,
con nuevos amigos, desamores, paseos,
alguna reunión de viejos alumnos
-aquí me presentaste a tu novio, ¿recuerdas?-.
Aquella noche te guardé un secreto:
pensaba militar en el amor, declarándome
nada inocente, ansioso de tus besos
-quizá esperamos demasiado, ¿o fui yo?-
en tu cielo de altas horas,
revelando a tus fotos prudente la soledad.
Pero estabas acompañada como ahora,
y yo pálido e insípido como el agua helada.
Esa noche sí hacía frío, todo era raro,
y Madrid amanecía parisino sin las rosas,
con el vino tinto de los pasos de cebra
y los semáforos.
Adolescencia osada
Justo a los calzos de la cuesta
empedrada en los recelos amargos,
los cruces embargados en puerta cerrada,
el viaducto y los ruinosos despachos
donde se rubricaba la historia antaño,
acristalados como boda de realeza.
Ninguno de los relojes estuvo intacto,
ni los más puntuales que se vendan
por el cambio de siglo.
De oro solamente los futuros en la noche,
como cazos longevos del cariño
que a tientas existe ingenuo
aunque naufrague el mundo;
aún marchen descuidados, ufanos, valientes,
aquellos capitanes de ala triste
que buscan el jubón amarillo y conceden
enormes las gracias al azar y al juego.
Por entonces el brillo de tus ojos era mirarte,
ceñir tu reloj en retaguardia,
hacer de mechones de espalda mis bolsillos,
cubierta con la capa del desorden
la espada de tu olvido mustio.
Al menos el susurro en callejuelas
oye el eco de tus pasos, que te han visto
cruzar apresurada de otro siglo
el patio al mentidero de la iglesia.
Preguntar por el bautizo de un futuro
y ver el mismo palpitar que se asemeja
a los clérigos contrarios a la orden
de vetar los besos sin nombre y tan callados,
aquellos de invierno, borrachos, caducos,
que se sirven en cazos de cariño.
Adolescencia adulta
Hoy puedo ver a tus ojos cansancio,
escenas de libélulas del flexo
que germinan en papel sucio.
A las lomas del atril convexo de las calles
escribirían los poetas urbanos
ese raro estudio de farolas que alumbran
tu obsceno besar de reciclaje,
la huída de los grupos de charla
a cada noche de alumnas
hablando acerca de antiguos institutos,
sobre sexo borroso y chicos a altas horas,
con tu colegio en libertad bajo fianza
y tu sonrisa pícara y adulta
mayor de dieciocho.
Esos ojos furtivos de tus alas,
ahí empieza la huída desolados
de labio a labio en la penumbra
y rastro devoto de instintos.
De estar segura en mis brazos,
los bancos de jardines esconden
la plenitud de los árboles y sus cortezas,
nuevas siluetas de corazón en los andamios
férreos de las cuentas primitivas.
Se enturbia en tu cabeza frágil
mientras se desmaya la arritmia,
la falda que impregna los vaqueros,
tu flor del orgasmo en pétalos
de respiración entrecortada.
De la alquimia de farolas que delatan,
luce el cielo anaranjado y tenso
descansando en una atmósfera de olor
selecto a tu pulcro idioma,
las termas del invierno dulce al aire,
tus manos furtivas en la sabia
y nuestro corazón apuntalado
como andamio férreo
o enredo de las ramas de los árboles.
Puedo ver tus ojos relajados,
más allá de extraños complacidos
que germinan en el banco sucio del parque.
Ya te hablé de ese raro estudio
en tus labios de universitaria
en los tiempos de entonces,
antes del segundo piso compartido,
en las noches de escapada en tu colegio.
Accésit, en la modalidad Nacional, del XIV Certamen de poesía "Pepa Cantarero"
Etiquetas:
Certamen literario,
Certamen Pepa Cantarero,
Poesia
Suscribirse a:
Entradas (Atom)