lunes, 24 de octubre de 2011

"Ángelus Negro" de Nacho Albert

Luce el cielo su noctívago hábito y me asalta
un enjambre de temores y pensamientos impuros.
Deshojo mis uñas con la vehemencia de un torturador
y me abro paso a brazadas entre la desidia y la esperanza,
entre tumbas abiertas y cuencas vacías,
entre ludibrios y exabruptos,
entre pechos de mentira y el vestigio de una lágrima colgada
de un turbador mohín.

Tu retrato es un acre de melancolía.
Tu cuerpo, un jardín destinado al llanto.
Tu voz, una onza de oscuridad.
Gradualmente se apaga el día como mi deseo.
Tiempo es un padecimiento grave, vocablo perecedero
que propicia en los labios un verso de amargura,
secuencia de trenes descarrilados.
Yo anhelo un sorbo de contundente
juventud.

Soy parte substancial de este paisaje quebradizo,
de este diluvio terminado en naufragio,
de este incendio verde que esconde el bosque,
de estas subrepticias voces que erizan mi piel,
de este abominable ser que me conmina al silencio y me brinda
su demoledor abrazo desde la penumbra del soportal.
Bajo mis pies se abre la tierra con desgarro.
Se propaga un grito y restalla una llamarada.
Un tajo profundo será en breve una herida infecta.

Y un nicho de hojas secas,
impelidas por un céfiro simoniaco,
arrastra valle abajo mi traje de domingo
cuando opto por persignarme y descansar para la eternidad
con un haz de niebla y extravío.

En estas latitudes se desvanece una mente errabunda
y entre los pastizales se perpetúa la vida.
Imagino nieve confundida con mi pelambre
cuando colisionan contra la roca tres círculos concéntricos.
En el lecho del río aguarda una escarpín ahíto de historia
y un organismo devorado por otro organismo virtuoso
en el difícil arte de sobrevivir al desastre.

Persiste el molino de viento en seccionar la nube
y se obstinan las palomitas en inmolarse contra las farolas del estío
cuando se desperezan los árboles con su perseverante tañido
bajo el fúlgido manto de la bóveda: ramas
estratosféricas y milenarias raíces, sedimento
y turbulento reguero de mugre.

Hombres de tez cetrina cuyas manos sueñan
con nalgas y vientres y senos patricios
se arrellanan en su sombra con su mueca de extrarradio
y balbucen sus impronunciables nombres
y omiten por cobardía su impúdico origen
y se jactan de liviandad
y apenas levantan la voz o un metro del piso
cuando el momento requiere que alcen el brazo
y salten y vociferen y disparen indiscriminadamente
y percutan con fuerza el dogal de la más lúbrica existencia
además de un raudal de acomodados cráneos.

Pero me intriga la soledad del caserío apartado,
del retraído roble que suspira tras la ventana
y derrama su vómito de resina,
del viejo singular que camina sin rumbo
y tira de sus huesos sin ímpetu
y pinta de azul índigo los cantos rodados
que jalonan el páramo antojadizamente
y se abandona a su suerte en puentes, derribos
y cunetas atestadas de difuntos y rosas marchitas.
Me fascina la vida donde la vida no procede
y respirar constituye un ejercicio sobrehumano.

En mi hombro se ha posado
la heladora gasa de la madrugada
cuando descubro mis sienes argénteas.
La luz desciende con la cadencia y el tacto precisos,
cascada de malos augurios que arrastra mi desnudez
a la incuria de un jergón desflecado.
Bajo mi nuez permanece la rúbrica de una fémina,
indeleble huella de sus besos convulsos.
Todavía está lejos el olvido y la exultante luna de agosto.

La tarde es un ladrido abocado al llanto
o las entrañas de un sillón umbrío
perdido en un vertedero
o una palmera despeinada a la sombra de un coloso
o la voz irritante de un recurrente motor
o la estentórea espuela que emponzoña la hora del té
o una figura detenida bajo una farola
o un dedo en el hombro seguido de una detonación
o el cable de alta tensión que secciona el vuelo de un estornino
o un tajo en la muñeca o una aguja de vudú.
La tarde, férvida sucesión de igniciones,
inmisericorde erial donde arden todos los recuerdos
y se cuecen a fuego lento todos los hombres
y su mesnada de enanos de jardín.

Más allá del lagrimal se duele un llanto evaporado.
Y detrás del monolito, los amantes.
Y el cánido llorando la ausencia de su dueño.
Y las motocicletas robadas, girando impenitentemente
sobre el eje de su tribulación.
Y mi cuna hecha cenizas.
Y tu sonrisa con trazas de angustia.
Y mi sombra, impasible como el mármol,
proyectada en el asfalto, tendida para la posteridad.
Y tu cuerpo deshojado por el calor.
Y la noche y la esperanza callando con idéntica voz,
conspirando en el aire,
fajo de anhelados subterfugios.
Y los hogares derretidos como el látex.
Y las estatuas con el ceño fruncido, desnudándose
sin paroxismo.
Y tú y yo al revés.
Tú al abrigo mío y yo al abrigo de nadie,
con la camisa de fuerza de mis dedos ateridos,
sin la apabullante pericia de tus muslos,
tanteándonos en un corredor cegado por la calígine
y tornándose ínfimas las ansias
en tanto se recrudece el estío con su porte demoledor
y su sádico rictus.

Y a medianoche hurgaré en los pliegues ennegrecidos
para brindarte el primer término del día:
frío.
Después amor.
Y me haré fuerte en el vértice de la madrugada.
Y destensaré mi gesto de víctima.
Y lloverán guasábalos.
Y nos conducirán nuestros pasos a un tálamo
rebosante de pétalos luminiscentes.
Y nuestra osamenta adherida a un sueño apacible.
Y con la aurora nos colmará la vida de obsequios
hasta el preciso momento de sentir en la sien
el estacazo de la canícula.

Primer premio, en la modalidad Nacional, del XV Certamen de Poesía "Pepa Cantarero"

"Fieros dormidos" de Sara Torres Rodríguez de Castro

I

Igual ella es de los elementos y a los elementos ha de volver. Pero no, qué dolor admitir tanta belleza a la posibilidad de otros. Qué tremendo escarnio traspasar la piel donde se ha vertido los angostos del deseo y la sal de los ojos. Ella porta en su espina dorsal la incandescencia. Aparente calma que se eleva y arde como una pira. Él la vela como un secreto, en el envés la aguarda y habla bajo a sus tobillos. Conoce de sus lunas y mareas. Atiende a la declinación de la retina y al nervio vigoroso de su vientre. Ha aprendido a respetar su sueño. No, él ha sabido mirarla. Ha creado dentro de ella y participa de la majestad, del entusiasmo. Ella sin él no será la que es para él ahora. Gemido hierático en la laringe de una gran trompa. “Amor, como esa maravilla, como ese blanco ser que entre flores bajas enreda su mirada o su tristeza” En cómplice intimidad de existir quebrantable y venerado.

II

Herederos forzosos de la vida,
habrá que ver como prescindimos
de este amor
que crea necesidad.
Cómo crecemos
secos y sabios
libertos de la piel
y al fin, por sobrexplotación
anodino el llanto.

Habrá que ver, si es posible
la completa interiorización
de que no era para tanto;
los libros, los viernes a la noche
la impermutabilidad de los cuerpos
lo que quise creer de tus – regios, azules –
pesadas teorías
puestas nunca en práctica.

III

Armada con el vaho
que provee el aliento de lo sublime.
Me he dejado transportar
como el cachorro entre las fauces
de una leona
que no tensa las mandíbulas
pero sostiene.
He bebido de la vida
en la plenitud de un vientre
he acariciado con las yemas
mis labios para recordar.

Omnipotente por haber nacido
otra vez, dentro de ti.

Tengo la sonrisa tatuada
hasta en el miedo
nada segrega la realidad
que me asedió en los costados
agradezco a un Dios postergado
haber estado provista de olfato, de gusto, de tacto.
La conciencia
la certeza gloriosa del existir.

IV

La angustia, cómo se ordena
quién provee sentido al objeto
de qué manera invertir el desánimo
si quizás un poema fallido
o la reproducción de una cláusula
sea constancia de lo extenso
y aunque extenso, limitado.

En esta ritualidad
de rectos advenimientos
hay una necesidad tan llena
de detonar, marcar la pausa
el definitivo movimiento
que bien aleje

este vicio de inmovilidad
-correcta-
pero mañana;
¿estaremos orgullosos de ser quien fuimos?

V

No van a calmarle.
La espalda huye del látigo antes siquiera de oír su chasquido.
Desconfía. Se abraza y no cree, en el fondo no cree
que la vida pueda omitir para él ese inmutable estado de alerta
el ojo abierto que contempla al otro ojo mientras sueña.

Algunos hombres, dicen, aman a otros y enfermos
agarran manos de muerte, besan rostros musgosos
y el perro descansa crédulo la seguridad
de un mañana en la misma caricia, el mismo plato de carne
nadie va a dejarle solo.

Reformulación - no es la soledad lo que pesa-
el fiero dominio al saberse de nadie.

Es
hasta en los tiempos felices ese chasquido
que aparta la espalda del látigo
antes siquiera de ser empuñado.

VI

Como una liebre enferma
bajo la cobertura del pelaje ajeno
se deja arrastrar por la inercia de las calles inflamadas a su marcha.

Aún el ácido del vómito acusa el desgaste, la dura fricción de los labios
lo altivo en las catapultas de los ojos.

La suficiencia como arma
estrategia de defensa activa arrojada al otro.

Ha querido ser y ha sido

se ha compuesto como tal

ha pronunciado esas frases.

Nada de incierto, se impone la desnudez, malditos necios.

Nada.


Es posible creer en una vida más allá de las palabras
no es ilícita la vastedad del deseo, la desnutrición
la vana intención de saltar del yo al nosotros.

Nosotras.


Accésit, en la modalidad Nacional, del XV Certamen de Poesía "Pepa Cantarero"

"Bajo la luz de las cerezas" de Natividad Cepeda

I

Caía luz de cerezas
bajo el revoloteo de silenciosas alas.
Llegaban por la pasarela del ocaso
pájaros encendidos para alumbrar estrellas.
Con inquieta ternura
la tierra se mecía,
entre montañas y vaguadas,
cuando dijiste adiós
y una sonrisa rota se adueñó de la noche.

Para no suplicarte,
mi corazón femenino se hizo piedra
por llanuras heridas de amapolas
entre el despojo de la tarde.

Un sol de ojos grandes
agonizaba detrás de la arboleda,
bajo la roja cabeza
del crepúsculo indolente.
Apoyada la noche en las nubes errantes,
no bastaba el susurro del aire
para cerrar enigmas.

II

El latido más hondo de la tarde
era muerte precisa con suspiros lejanos.
Una rosa de labios amarillos
se desgajaba sin ruido
y caían sus pétalos al barro.
Tu ausencia, entonces, la invadieron
largas sombras
y presentí a mi alrededor
una sima sin fondo en la que yo me hundía,
olvidada del tiempo, de los besos,
niña triste en pradera salpicada de azul.


Y tuve que salir
del círculo marcado por tu aliento
para entender que el mundo es una lámpara
que se apaga en las manos.

Asciendo desde ese día por la noria del tiempo
y abrazo en la distancia tu perdida ternura.

A veces creo escuchar tus pasos
en el umbral de casa,
la rutina de dar las buenas noches, o los buenos
días, pero el amor se hizo sombra
aquella amarga tarde,
sin orden de regreso,
y no cabe esperar el milagro de la resurrección.

III

Los últimos postigos de la tarde
los cerraron tus manos, extrañamente frías,
y la ciudad envejeció conmigo.
¿Lo tuyo era un adiós como otros tantos?
No. Se trataba de una derrota
frente a la mujer que te había amado
con hambres de delirios.
Y la ciudad
lloró conmigo. Y sus lágrimas, caídas
gota agota
por cada una de sus calles,
humedecieron las piedras de los palacios
fundidas con el agua de las fuentes,
con los parterres de las plazas,
y corrieron por las alcantarillas
hasta alcanzar el mar
a través de los ríos.

Desde entonces pienso que naufrago cada día.
Y cuando vuelan, tristes,
las últimas palomas de la tarde,
yo regreso a tu recuerdo, siento que el horizonte
viola mi melancolía
y me dejo besar por el ocaso, con los ojos abiertos,
soñando que eres tú, tú siempre todavía.

IV

Quiero olvidar que una cierta tarde, con la fecha borrada,
te fuiste como ave migratoria
y yo, sin vida, tu sombra en todas partes
iba buscando
como el destello de los faros de un coche en la calzada.
Me quedé con mi angustia, perdida entre el tumulto,
con tu sol en las manos.

Y hoy me duele tu partida lo mismo que aquél día.
Me duele en las entrañas como duele la muerte
de los niños, lo mismo que un incendio
de robles y de encinas que deja nuestros bosques
sin color y sin sombras.
Yo, mendiga de amor,
con la mano extendida en la puerta del mundo.

He visto la llovizna que ahora baja, incesante,
y me pregunto ¿hacia dónde te lleva
tu inusitada prisa?
Quiero creer que tu boca es mi boca todavía,
que algún día pudiese derrotar la tristeza
a la manera que las viñas se despojan de pámpanas.

Y quiero tener las velas encendidas
para que el viento nunca se convierta en olvido.
Porque sin tí, mi amor, soy un ángel sin cielo,
un demonio libre de pecado,
y Dios alguien erguido
en medio de un tablero de ajedrez
sin fichas que poner en movimiento.

V

Sabes que a fecha de hoy
yo no encuentro cobijo, que vago torpemente
por caminos oscuros como perro olvidado,
que soy la peregrina que persigue tu risa
y no sabe en qué senda se escucha.
He ingresado en el reformatorio
del olvido, en las cuevas del vacío,
en torpe encrucijada, precisamente ahora,
cuando nadie convoca
la magia del amor.

Ya todo me parece irreversible.
Nunca debí creer en las palabras
porque el tiempo las pone boca abajo.
Es estéril que mi corazón
se muera por la esquina
de la memoria donde busco tu imagen.
Pero a pesar de todo yo pronuncio
tu nombre en oración, de cara al horizonte,
y sueño que regresas desandando tus pasos,
que me abrazas
antes de que mi cuerpo se convierta
en sombra de ciprés al borde del camino.

Será cuando regreses que tú comprobarás
que los pájaros negros no asesinan la lluvia.

VI

Estoy con mi palabra,
desnuda de artificios,
volviendo a ser una muchacha
que anuncia la mañana, su misterio,
para que tú, regazo de ternura,
recuperes la tierra prometida
bajo la luz de las cerezas.

Continúo leyendo este mensaje
en el incendio del crepúsculo,
la oración alzada de la tierra
que canta por el agua de ríos y hontanares
su plegaria de amor.
Bendita música,
este murmullo que repite tu nombre,
este galope de invasiones
como ángeles con alas en alto.

La muerte, bien lo sabes,
no mata lo que es bello.

Guiyar de June

Accésit, en la modalidad Nacional, del XV Certamen de Poesía "Pepa Cantarero"

"Poemario Nanas de agua" de Rosa María García

Nocturno

Quiero hablarte
como hablan las orillas a los juncos,
quedarme en tu vaivén como se queda el légamo
amoldando abrazos de agua.
Quiero ser la sed de tus guijarros,
la noche trenzada en tu pelo, tu surco y tu cima.
Llegarte como jirón de luna asomada a los álamos.
Ser trama de vientos y danza de eneas, en tu cuerpo.
Quiero arder en tu boca como mariposa ciega,
ser el tacto del alba para desnudarte despacio,
mientras me entregas
el nocturno alimento que envenena a la rosa.


Fui 

Te oigo caminar por mis venas secas,                 
Mi vida se vacía a tu paso. 
Un reguero de mí, inunda tus dedos, 
Me has roto en caricias. 
Nadie sabe que fui… 
Soy como la huella en el agua.        
 
Naufragio 

Peces a contracorriente ensayan la agonía 
en este mar de bolsillo. 
Persiguiendo a tu viento, se borró el trazo de mis alas 
y caí sin dolor al vacío que dejaron las mareas. 
Tus dedos, desertores de la caricia, 
aún me despedazan los sueños, 
se quedó en mi orilla el lastre de tu voz, 
el barro de tus pasos, 
las astillas de tus naufragios. 
Ahora que vivo de esta muerte regalada... 
Déjame no ser. 
 

Llanto de sal 

El reloj de arena ya nunca marca la hora, 
la prisa encerrada estalla, 
y salpica de tiempo la coraza de mi alma. 
Vigila la puerta una espera, 
un silencio sin medida. 
La noche talla tu nombre en mi veleta, 
al aire sin fronteras me desnudo, 
vas o vienes rozándome el aliento, 
libre. 
Mientras oscila inservible el péndulo de mi tristeza, 
la luna acuchilla los tejados. 
Y desde todas las heridas, se oye llorar al mar.

Confusión

Mi cabeza es como un cubo de cinc,
los pensamientos retumban cuando gritan fuera.
Ruido de aguas pasadas,
una sed permanente resquebraja el metal de mi pecho,
un dolor de sonajas me alerta la voz,
y me voy quedando muda y hueca.
Un eco molesto ronda mi sima,
a duras penas entiendo esta babel de mi cuerpo.
Sorda angustia la del pozo
cuando las aguas se duermen sin tener sueño.

Ídolo de fango

Hoy solo quiero dar cuerda al futuro,
no importa el curso de las horas sin ti.
Girar las manecillas en sentido contrario
al hueco crepuscular de los sueños,
quiero negar a esta cintura sin yugo,
la luna creciente de tus mareas.
Cegar tu engañosa luz de luciérnaga,
apagarte de mi entraña,
y a tientas, recorrer otro cuerpo,
pecando.
Mientras rehúye tu tiempo a mis relojes,
celebraré desnuda la tormenta que te preceda.


Dolor

A veces te esparces,
dolor,
y me anegas…
Ni siquiera los gorriones
se atreven a beber
en la tristeza irregular de mis charcos.

Diferencias

Mi amor
es un tiempo eterno entre dos urgencias,
el surco donde el arado ensaya la herida.
la espora y la espera sin germinar,
el pozo ciego donde ahogas tus horas.
Tu amor
es sólo un garabato en la pared de mi costumbre.
la cábala incompleta,
la alcuza rota,
la duda.

Deuda

Te debo el vértice de un verso,
el plenilunio de mi noche,
la sal de la séptima ola,
Te debo el surco donde germinas,
Los acantilados de mi piel,
La bitácora de mi alma,
Y tú…
Solo me debes el olvido


Destierro y humo


Mueren en la orilla unos versos,
Como velas rotas de un naufragio predicho.
Y detrás de todos los avatares, de todas las nostalgias,
remos de sal dentellean tu marea amarga.
Mi puerto te guarece de esta espiral de vientos,
Ajados azules se retuercen en mis manos,
añorando olas con sabor a canela.
La espuma deja cartas de amantes numeradas.
Me busco sin dar conmigo.
Seguramente me habré ahogado en tu mar incierto.
Dos gaviotas se aman en la arena.
Destierro y humo....

Tu… yo… y el mar

Yo vivía rodeada de grises,
adosada a rutinarias caracolas sin sonido.
Tú te mirabas en el agua queriendo borrarte la vida.
Nos arrastró la corriente y al tiempo,
nos encontramos en el rojo latir de una estrella imposible,
Tu… yo… y el mar.


A penas nada

La diferencia entre tus cosas y mis cosas
no es más que una gota de agua.
Apenas nada….
Pero por una gota rebosa un vaso
y deja inservible la sed.

Accésit, en la modalidad Nacional, del XV Certamen de Poesía "Pepa Cantarero"