Ya tenemos las obras ganadoras del III Certamen local de Microrrelatos "Villa de Baños de la Encina".
Este año se han presentado al concurso un total de 24 obras y las obras ganadoras son las siguientes:
Categoría Juvenil I (de 12 a 14 años)
Ganador
"Alzheimer" de Julissa Martínez Romero
Finalista
"Gracias a mi madre" de María Arjona Villarejo
Categoría Juvenil II (de 15 a 17 años)
Ganador
"Cuando mamá era gigante" de Jaime González Martínez
Finalista
"Alzheimer" de Julissa Martínez Romero
Aquella noche no me podía dormir. Agotada, miraba el reloj, el tiempo pasaba demasiado lento. No podía creer que ella ya no estuviera, se había marchado.
Ella dormía en la habitación de al lado, su cuerpo tumbado en la cama y su alma ausente, robada por el Alzheimer. Miraba su foto, sus ojos habían perdido algo que no sabría explicar.
El primer día ya no recordaba mi nombre, gritaba que yo no era su nieto, que me fuera de su casa, aunque ni tan siquiera reconocía ya su casa.
El segundo día fue peor, asustada me decía que era un extraño, que no me quería. Oírla me hacía daño, sentía dolor en lo más profundo de mi corazón. Tenía años, veía a mis compañeros con sus abuelos, dándose cariño, en cambio mi abuela ni tan siquiera me conocía.
Esa mujer a la que tanto quería, la que hubiera dado su vida por mí, había perdido su capacidad para amar.
El día de mi dieciocho cumpleaños la encontré sentada en su vieja mecedora, llevaba el pijama que le regaló el abuelo antes de dejarnos. Se la veía cansada, con ojeras. Saludé al entrar y me respondió con cariño.
Sorprendido, tomé su cara entre mis manos y miré sus ojos. Por un instante encontré lo que creí perdido y vi todo su amor. Ahí estaba de nuevo. Guardé sus palabras y su mirada como un tesoro.
Fue el día que aprendí que el amor nunca abandona el corazón.
Finalista
"Gracias a mi madre" de María Arjona Villarejo
Un nueve de mayo me desperté como cualquier otro día, sin imaginar lo que me esperaba. Siempre he sido una chica muy sensible. De pequeña me diagnosticaron un trastorno de ansiedad crónica. Mis amigos nunca se tomaron en serio lo que me pasaba e incluso llegué a pensar que todo eran tonterías mías.
Me acostumbré a encontrar refugio en el bosque: pasear entre árboles me despejaba. Esa tarde lo necesitaba, no había sido un buen día. Mis dos mejores amigos me dijeron cosas que me dolieron profundamente. Necesitaba alejarme de todo.
Caminé sin rumbo fijo sumida en mis pensamientos. Cuando me di cuenta, estaba perdida. Me quedé quieta, respiraba con dificultad y al fin, rompí a llorar. El miedo, la angustia y el sentimiento de soledad terminaron por desbordarme.
Me quedé sentada en el suelo, llorando, sin saber qué hacer.
Entonces la imagen de mi madre inundó mi mente: -No siempre voy a estar junto a ti para salvarte, tienes que aprender a hacerlo sola.- Recordé sus palabras.
Empecé por regular mi respiración, me levanté del suelo, limpié mis lágrimas y decidida comencé a caminar. Iba a volver a casa.
Dando algún rodeo, logré encontrar el camino de vuelta. Lo había logrado. Había superado un ataque de ansiedad por mí misma.
Abrazada a mi madre, le conté lo sucedido. Me sentía más fuerte, distinta.
Hoy la ansiedad en un lejano recuerdo que he dejado atrás, y todo gracias a ella, mi madre.
Categoría Juvenil II (de 15 a 17 años)
Ganador
"Cuando mamá era gigante" de Jaime González Martínez
De pequeño, yo creía que mamá era una gigante.
No porque fuera alta – era más bien menuda –, sino porque todo en ella tenía la fuerza de las cosas enormes: su voz alejaba las tormentas, sus manos curaban las rodillas rotas, y su sombra nos alcanzaba a los tres hermanos al mismo tiempo cuando dormíamos.
Cuando papá se fue, mamá se volvió aún más gigante. Llevaba adelante dos trabajos, cargaba con la compra, con la pena, con las cuentas, con las ganas. Nunca se quejaba. Solo suspiraba, como si dentro llevara un mar.
Pero un día empezó a encoger. No de cuerpo, sino de presencia. Olvidaba el fuego encendido, el camino al mercado, los nombres. Y un martes, me preguntó:
-- ¿Tú quién eres?
La primera vez me dolió. La décima, también. Luego aprendí a presentarme con una sonrisa, como si fuera una primera cita. A veces nos reíamos. A veces llorábamos. Pero siempre, cada vez, la abrazaba.
Ahora soy yo quien la arropa por las noches. Quien canta bajito cuando llueve. Quien le recuerda quién fue, aunque ella ya no lo sepa.
Y aunque su cuerpo siga aquí, mamá ya se ha ido a ese lugar donde los gigantes descansan.
Yo la acompaño. Sin prisa.
Porque cuando se quiere así de grande, uno aprende a no medir el amor por su memoria, sino por la mía.
Finalista
"Para siempre" de David Recena Rodríguez
La habitación es blanca. Infinita. Sin ventanas. Sin sombras. Sin tiempo. Solo yo. Mi espera.
Intento moverme: no puedo. Intento llorar: no encuentro mis lágrimas.
Mis recuerdos son difusos: el coche, la canción de mamá, Clara dormida con su muñeca, abrazada a mi brazo. Papá hablaba de la nieve del valle. Después... nada.
Una puerta aparece a lo lejos y corro hacia ella. Y al otro lado los veo: son papá y mamá. Más viejos. Más frágiles. Se toman de la mano. Lloran. Sus labios tiemblan mientras murmuran palabras que no logro entender. Solo al final, escucho un “lo siento”.
Quiero gritar. Decirles que sigo aquí. Que no me dejen. Y entonces la veo a ella: Clara. Ya no es mi hermanita, ha crecido. Lleva mi camiseta azul con el rayo. La que decía “invencible”. Se la di cuando le prometí que siempre la protegería. Cuando aún no sabía que sería ella la que me protegería a mí.
Clava sus ojos en los míos. Me habla pero no la oigo, mientras que abriendo mi mano, me entrega una nota. Sé lo que dice: que no espere más, que despierte. Sabe que no puedo y aun así, espera quizás un milagro.
Entonces entra un médico y les da los papeles que mis padres firman entre lágrimas. Clara suplica, pero nadie la escucha. Han firmado. La máquina empieza a apagarse. No hay vuelta atrás.
Clara se derrumba. Y la nota en mi mano se cae.
Para siempre.
Muchas gracias a todos los participantes.