lunes, 24 de octubre de 2011

"Bajo la luz de las cerezas" de Natividad Cepeda

I

Caía luz de cerezas
bajo el revoloteo de silenciosas alas.
Llegaban por la pasarela del ocaso
pájaros encendidos para alumbrar estrellas.
Con inquieta ternura
la tierra se mecía,
entre montañas y vaguadas,
cuando dijiste adiós
y una sonrisa rota se adueñó de la noche.

Para no suplicarte,
mi corazón femenino se hizo piedra
por llanuras heridas de amapolas
entre el despojo de la tarde.

Un sol de ojos grandes
agonizaba detrás de la arboleda,
bajo la roja cabeza
del crepúsculo indolente.
Apoyada la noche en las nubes errantes,
no bastaba el susurro del aire
para cerrar enigmas.

II

El latido más hondo de la tarde
era muerte precisa con suspiros lejanos.
Una rosa de labios amarillos
se desgajaba sin ruido
y caían sus pétalos al barro.
Tu ausencia, entonces, la invadieron
largas sombras
y presentí a mi alrededor
una sima sin fondo en la que yo me hundía,
olvidada del tiempo, de los besos,
niña triste en pradera salpicada de azul.


Y tuve que salir
del círculo marcado por tu aliento
para entender que el mundo es una lámpara
que se apaga en las manos.

Asciendo desde ese día por la noria del tiempo
y abrazo en la distancia tu perdida ternura.

A veces creo escuchar tus pasos
en el umbral de casa,
la rutina de dar las buenas noches, o los buenos
días, pero el amor se hizo sombra
aquella amarga tarde,
sin orden de regreso,
y no cabe esperar el milagro de la resurrección.

III

Los últimos postigos de la tarde
los cerraron tus manos, extrañamente frías,
y la ciudad envejeció conmigo.
¿Lo tuyo era un adiós como otros tantos?
No. Se trataba de una derrota
frente a la mujer que te había amado
con hambres de delirios.
Y la ciudad
lloró conmigo. Y sus lágrimas, caídas
gota agota
por cada una de sus calles,
humedecieron las piedras de los palacios
fundidas con el agua de las fuentes,
con los parterres de las plazas,
y corrieron por las alcantarillas
hasta alcanzar el mar
a través de los ríos.

Desde entonces pienso que naufrago cada día.
Y cuando vuelan, tristes,
las últimas palomas de la tarde,
yo regreso a tu recuerdo, siento que el horizonte
viola mi melancolía
y me dejo besar por el ocaso, con los ojos abiertos,
soñando que eres tú, tú siempre todavía.

IV

Quiero olvidar que una cierta tarde, con la fecha borrada,
te fuiste como ave migratoria
y yo, sin vida, tu sombra en todas partes
iba buscando
como el destello de los faros de un coche en la calzada.
Me quedé con mi angustia, perdida entre el tumulto,
con tu sol en las manos.

Y hoy me duele tu partida lo mismo que aquél día.
Me duele en las entrañas como duele la muerte
de los niños, lo mismo que un incendio
de robles y de encinas que deja nuestros bosques
sin color y sin sombras.
Yo, mendiga de amor,
con la mano extendida en la puerta del mundo.

He visto la llovizna que ahora baja, incesante,
y me pregunto ¿hacia dónde te lleva
tu inusitada prisa?
Quiero creer que tu boca es mi boca todavía,
que algún día pudiese derrotar la tristeza
a la manera que las viñas se despojan de pámpanas.

Y quiero tener las velas encendidas
para que el viento nunca se convierta en olvido.
Porque sin tí, mi amor, soy un ángel sin cielo,
un demonio libre de pecado,
y Dios alguien erguido
en medio de un tablero de ajedrez
sin fichas que poner en movimiento.

V

Sabes que a fecha de hoy
yo no encuentro cobijo, que vago torpemente
por caminos oscuros como perro olvidado,
que soy la peregrina que persigue tu risa
y no sabe en qué senda se escucha.
He ingresado en el reformatorio
del olvido, en las cuevas del vacío,
en torpe encrucijada, precisamente ahora,
cuando nadie convoca
la magia del amor.

Ya todo me parece irreversible.
Nunca debí creer en las palabras
porque el tiempo las pone boca abajo.
Es estéril que mi corazón
se muera por la esquina
de la memoria donde busco tu imagen.
Pero a pesar de todo yo pronuncio
tu nombre en oración, de cara al horizonte,
y sueño que regresas desandando tus pasos,
que me abrazas
antes de que mi cuerpo se convierta
en sombra de ciprés al borde del camino.

Será cuando regreses que tú comprobarás
que los pájaros negros no asesinan la lluvia.

VI

Estoy con mi palabra,
desnuda de artificios,
volviendo a ser una muchacha
que anuncia la mañana, su misterio,
para que tú, regazo de ternura,
recuperes la tierra prometida
bajo la luz de las cerezas.

Continúo leyendo este mensaje
en el incendio del crepúsculo,
la oración alzada de la tierra
que canta por el agua de ríos y hontanares
su plegaria de amor.
Bendita música,
este murmullo que repite tu nombre,
este galope de invasiones
como ángeles con alas en alto.

La muerte, bien lo sabes,
no mata lo que es bello.

Guiyar de June

Accésit, en la modalidad Nacional, del XV Certamen de Poesía "Pepa Cantarero"

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